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El retorno en el nuevo escenario de la migración entre México y Estados Unidos

implicó modificaciones en el patrón migratorio, pues al flujo mayoritariamente

masculino y temporal, propio de la época del Programa Bracero, se empezaron a

sumar importantes contingentes de mujeres que se asentaron de forma más per-

manente en Estados Unidos.

Entre 1970 y 1980, la población mexicana residente en la Unión Americana

se triplicó, llegando a la cifra de 2.2 millones de personas. Pese a que la mitad de

dicha población estaba constituida por migrantes irregulares que se desplazaban

con relativa facilidad entre ambos lados de la frontera (Passel, 2011), la deman-

da de trabajo en sectores distintos de la agricultura, la participación de migrantes

mexicanos y mexicanas en ocupaciones anuales –no propiamente estacionales–,

pero sobre todo la puesta en marcha de la reforma migratoria de 1986 conocida

como

IRCA

(Immigration Reform and Control Act), promovieron el asentamiento

de población mexicana de manera más permanente en el país vecino (Cornelius,

1992). La

IRCA

regularizó la estancia de más de dos millones de mexicanos, no

sólo de trabajadores hombres, sino también dio paso un importante proceso de

reunificación familiar, con la incorporación de mujeres y niños a esta población

migrante. “Los números siguieron creciendo en los ochenta, hasta alcanzar apro-

ximadamente cinco millones en 1990, de los cuales el censo [de Estados Unidos]

captó a 4.5” (Passel, 2011:16).

En la década de los noventa la población mexicana continuó su incesan-

te crecimiento hasta alcanzar la cifra de 9.4 millones de personas en 2000, de

los cuales 51 por ciento era migrante irregular. A partir de este último año y

hasta 2007, la población mexicana deja de crecer con el ritmo de las dos

décadas anteriores, con lo que se inaugura una nueva etapa de tasas de creci-

miento negativo, no vista desde la Gran Depresión de 1929 (véase gráfica i),

lo que implica no sólo una disminución de las entradas de nuevos migrantes,

sino un significativo aumento de población retornada.

Tras la debacle económico-financiera de 2008, con epicentro en Estados Unidos,

se desencadenó un debate acerca de qué tipo de repercusiones tendría esta crisis en

materia de migración. La coyuntura estimuló el interés de gobiernos nacionales,

organismos internacionales y entidades académicas por conocer el impacto de este

fenómeno en la población migrante. Un tema que cobró fuerza fue la posibilidad de

que dicha situación generara una oleada de personas que decidieran retornar a sus

lugares de origen. Diversos estudios han mostrado los efectos de esta crisis sobre

la migración internacional: disminución del flujo de migrantes internacionales,