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INTRODUCCIÓN

D

urante los últimos quince años, los movimientos internacionales de población

mexicana han experimentado cambios significativos en el volumen, tenden-

cias, modalidades y características sociodemográficas (Ramírez y Aguado,

2013). El crecimiento casi exponencial de la población mexicana en Estados Unidos

durante las décadas previas empezó a presentar una desaceleración en su ritmo de

crecimiento a partir del año 2000, llegando a un tope de 12.6 millones en 2007

e iniciando un crecimiento negativo que se mantiene hasta el presente (Passel,

Cohn y González, 2012).

De igual manera, las remesas familiares que habían registrado un crecimiento

sostenido desde 1990, y que alcanzaron la cifra máxima de 26.9 mil millones de

dólares en 2007, mostraron una sensible caída de casi cinco mil millones de dólares

en 2009, sin que se prevea una recuperación de este importante flujo de recursos

monetarios (Li Ng y Salgado, 2015).

A estos dos hechos se agrega un tercero que es el incremento del retorno de

población mexicana, tanto por la vía del retorno forzado (resultado de la política

de deportaciones desde Estados Unidos), como el retorno producto de las condi-

ciones económicas expresadas en diversas dificultades como el desempleo y los

bajos salarios. Tan sólo en lo que va de la administración de Barack Obama al

frente de la presidencia, es decir entre 2009 y 2013, han sido deportados de ese

país 2.7 millones de mexicanos, lo que indica un promedio de 540 mil mexicanos

deportados anualmente en ese lapso de cinco años (

U.S. Department of Homeland

Security, 2014). Sin embargo, las deportaciones de connacionales por las autorida-

des de Estados Unidos sólo son una parte del total de la población retornada desde

esa nación (Giorguli, Angoa y Villaseñor, 2014).

En el año 2008 estalló una crisis financiera que rápidamente derivó en una

crisis económica general, para pronto convertirse en una crisis de empleo. Tuvo su

origen en Estados Unidos, país que se vio severamente afectado, de acuerdo con

los especialistas, en una magnitud similar a la de la crisis de los años treinta del

siglo

XX

(Ocampo, 2009). Tal debacle repercutió de manera negativa en las opor-

tunidades de empleo, y aquejó en particular a los sectores del mercado laboral en

los que tradicionalmente se inserta la población migrante –y gran parte de la de

origen mexicano–, con un impacto acusado en la población de migrantes aunque

no exclusivamente irregulares (Gandini y Lozano, 2015).